miércoles, 28 de septiembre de 2011

SENTIR PARA VIVIR

A mi prima y a mi madre, un ejemplo de vida.
A mi padre, quien supo como nadie sentir para vivir.

"Es malo sufrir pero es bueno haber sufrido"
          San Agustín


Creía que aquellos días serían eternos, que pasaban uno tras otro sin más cambio que la oscuridad de la noche tras la luz de la mañana. Como las olas, que una tras otra se rompen en la orilla de un mismo mar. No supe adivinar que toda la playa era demasiado grande para atraparla en mi reloj de arena, y se escapaba de entre mis dedos infantiles como la lejana línea del horizonte de mis párvulas pupilas.
Entonces sólo conocía canciones alegres y los fantasmas desaparecían cuando metía la cabeza debajo de las sábanas, allí donde los niños siempre están a salvo de los monstruos que acechan detrás de las puertas cerradas. Mi techo era un trocito de cielo transparente con miles de ventanas doradas por el sol, corría detrás de las estrellas de cinco puntas y cogía la fruta directamente de los árboles. Sentía cómo el viento frío del invierno me cortaba los labios, y cómo el sol del verano se colaba por entre las hojas de los árboles rompiendo las sombras para cicatrizar las heridas de mis rodillas. Y de mi alma.
Tengo tan presentes aquellos momentos que a veces me descubro soñando despierta con aquel trocito de cielo, y en los días en que llevo la nostalgia agarrada a las costillas me parece notar en la yema de los dedos la caricia de una punta de estrella en el bolsillo derecho de mi chaqueta.

Pasó el tiempo y me dejé llevar por ese viento invisible que nos arrastra a todos a cruzar la frontera hacia un territorio en el que siempre hay hogueras encendidas en las que quemar el deseo, mariposas revoloteando en la boca del estómago y miradas de soslayo que acaban atrapadas en el cristalino de otros ojos. Son los años adolescentes, en los que no existe el invierno si estás enamorada, ni el futuro, y el presente es el único sitio al que quieres llegar.
Sentí el amor irracional, ése que todo lo puede, ése que mide las distancias no en kilómetros sino en ganas, que te hace reír y llorar con la misma intensidad, el que te eriza la piel y te arruga el alma, ése que te deja el corazón en pause con sólo una mirada, ése que no se deja atrapar con cadenas ni candados, el que te lleva al borde de los acantilados a despeñar cualquier atisbo de razón que te ponga los pies sobre la tierra.
Y también sentí el desamor, me arrebataron el mundo que me regalaron y me clavaron en el corazón una nota de despedida escrita con tinta indeleble para recordarme todas las madrugadas que aún laten mis heridas aunque ya hayan dejado de supurar. Y comprendí que no sirven de nada las huídas para calmar el dolor que estalla por dentro alfombrándolo todo de recuerdos astillados.
Y así, entre amores y desamores tempranos se fueron deshojando los almanaques de mis días hasta que conseguí atisbar el camino que me llevaría a abrazar el amor sereno, el que avanza con los pasos decididos de la calma, la razón y la lógica. El que nunca hiere y cura aunque no se lo proponga. El que va más allá de los besos y la piel, el que nunca atiza las llamas lo suficiente para acabar con todo hecho cenizas. Con él me descubro sincronizando no sólo el aliento antes del último resuello, sino también los pasos a medida y las horas a destiempo. Me desdibuja el contorno de los problemas y me hace sentir que nada es tan difícil como parece. Me roba las pesadillas y de un soplo ligero tras mi nuca borra todas mis dudas.

Pero cuando parece que el viento sopla a favor, que el sol calienta lo suficiente sin llegar a quemar, que tomaste el camino correcto dejando atrás los baches en el asfalto, te das cuenta de que diste demasiadas licencias a la vida, que estamos en sus manos y a su merced, y que hasta entonces sólo conocías una de sus caras. Un día cualquiera se presenta ante ti con el disfraz decrépito de la muerte y te arrebata uno de los anclajes que te sostienen a tu mundo, y ves con claridad meridiana que nada es eterno por muy largo que quiera ser, y que todos tenemos nuestra fecha de caducidad, el día en que dejamos de sentir.
En el mismo aguacero me caló la piel y hasta los huesos la ausencia, el dolor, la tristeza y la soledad. Anduve durante un tiempo debatiéndome entre la incredulidad y el reguero de lágrimas que no acababa de derramarse nunca aunque me anegaba por dentro. El vacío estaba tan lleno de ausencias que ocupaba todo el hueco de mi pecho y tuve que hacerle sitio entre las costillas y la piel para poder respirar.
Confiando y creyendo recé todas las oraciones en todos los idiomas que no conozco, crucé los dedos por debajo de la mesa esperando una señal que me despertara de la pesadilla. Y tuve que pronunciar en voz alta las palabras que tanto temía para creérmelas.
Al final he sabido aceptar. Aquí no hay elección, la vida se sienta frente a nosotros cuando nacemos y juega la partida con todos los ases bajo la manga sabiéndose ganadora. Y a nosotros sólo nos queda disfrutar la partida aun sabiendo que la vamos a perder.
Debemos aceptar que andamos vagabundeando por la vida, llorando, riendo, amando, odiando, queriendo; movidos por todo lo que sentimos y que nos sale a borbotones desde el corazón. Y no dejarnos arrastrar por la espiral del tedio, ni tirar nunca la toalla movidos por el miedo a sentir.
Vivimos porque sentimos, porque al fin y al cabo estamos condenados a sentir.

Nota: El texto ganó el primer premio del VI Certamen Literario de la Fundación Francisco García Amo de Nueva Carteya, y a ella pertenecen todos los derechos. 

martes, 20 de septiembre de 2011

SIETE LETRAS

“Nunca estamos infinitamente lejos de aquéllos a quienes odiamos. Por la misma razón, pues, podríamos creer que nunca estaremos absolutamente cerca de aquéllos a quienes amamos. Cuando me embarqué ya conocía este principio atroz. Pero hay verdades que merecen nuestra atención, y hay otras con las que no conviene mantener diálogos.”
                                Albert Sánchez Piñol “La piel fría”


Después de dos años aún sigo aquí, buscando las palabras idóneas para expresar cualquier idea, emoción o sentimiento que amartilla mi cabeza, fue por eso por lo que nació este rincón, sin pretensiones como siempre digo y con la única intención de dar forma escrita a lo que me bullía en la cabeza y a veces me exigía la memoria. Sigo sentándome delante de este teclado, entrelazando palabras con la esperanza de que alguien me lea, y quizá hasta me entienda. No sé cómo os podría pagar el esfuerzo.
Después de dos años el miedo a sentirme absurda y un poco sola delante del ordenador ha dado paso a otra sensación difícil de explicar, la de sentirme extrañamente acompañada.
Hoy sólo quiero daros las gracias, a todos, a los que siempre me dejáis un mensaje de cariño y a los que cruzan un océano sólo para asomarse a mis renglones y se marchan de puntillas, dejando solamente las huellas del silencio sobre la pantalla. De todos atesoro el rastro, os siento aquí, cerca, casi os oigo.
Son sólo siete letras desnudas, una palabra sola, pero hay palabras a las que le sobran hasta las metáforas.
GRACIAS.

jueves, 15 de septiembre de 2011

LA CITA

“Veo que ahora se escribe más que nunca. Quizá sean culpables los ordenadores. Por gente que no sabe siquiera ortografía ni otra regla ninguna; ni sentido del ritmo. Por gente que, porque se aburre, quiere aburrir a los demás. O peor, por gente que se considera interesante, o que presume de vida apasionada o de inteligencia superior. O sólo porque quiere publicar algo, a menudo sin el más mínimo interés, y ver su nombre en un libro o, mejor todavía, en la televisión. O encarga a otro que lo haga por él, porque, en el más encomiable de los casos, él o ella ya sabe por lo menos que no sabe escribir.”
                                                                 Antonio Gala “Los papeles de agua”


Hace no sé cuántos meses leí el libro de Antonio Gala “Los papeles de agua”, y en él subrayé la cita que encabeza el post. Pronto se cumplirán dos años de mi estreno en este mundo bloguero y recuerdo la cita, porque sí es cierto que ahora escribo más que nunca, quizá el culpable es el ordenador que me compré harta de esperar que mi hijo dejara libre el suyo para perderme un rato en eso tan fascinante que llamaban internet.
Quizá yo forme parte de esa gente a la que alude Antonio Gala, aunque no me reconozco enredada en una madeja de faltas de ortografía, sin ritmo en las frases, y colocando tildes a diestro y siniestro o dejándolas de teclear inventando palabros que no significan nada.
Pero escribo, no tanto como me gustaría ni con la brillantez que admiro en algunos escritores de verdad, y lo hago por divertimento, no por aburrimiento, como un ejercicio autoimpuesto que abre las puertas de mi corazón y lo empuja a escapar. A mis días siempre les faltan horas, supongo que las que a otros les sobran para aburrirse, escribir, y aburrir a los demás.
Y no me creo para nada una persona interesante, a veces pienso que mi vida sólo interesa a las personas que más cerca tengo, nadie es imprescindible en este mundo virtual, ni aun teniendo una vida apasionada contada a golpe de post, y la mía se desliza por los días de la normalidad, a veces incluso de la monotonía, eso sí, con alguna pincelada extraordinaria.

Éste es un blog sin pretensiones, ni siquiera aspira a la brillantez aunque sí a la dignidad, y lo último que deseo son paseantes por obligación en este callejón. A veces me hago la ilusión de que no me mienten los comentarios tan generosos que algunos de los visitantes me dejáis, pero soy consciente, como dice Gala, de que no sé escribir. Al menos dedico el tiempo que no tengo a quien quiera pasear por el callejón. Sin prisa.

jueves, 8 de septiembre de 2011

SALIENDO A FLOTE

“Decir que estos tiempos son difíciles es no decir nada, aunque hemos usado tanto la expresión que ha acabado por perder su sentido, si es que alguna vez lo ha tenido: los tiempos han sido siempre difíciles para las frases hechas.”
                                     Quim Monzó "Ochenta y seis cuentos"


De un vistazo fugaz desde mi atalaya todo parece igual que siempre, una hora tras otra se sucede en la rutina de los días, siguen los mismos ruidos de coches que frenan como si quisieran evitar el borde de un precipicio, y ambulancias que anuncian las últimas horas de una vida. Las aceras siguen siendo el tablero de juego de los niños, y a veces llueve como todos los septiembres que recuerdo. Y hasta oigo a lo lejos una risa que se descorcha al anochecer, espantando del cielo las estrellas primeras.

Pero a poco que me detengo en las fachadas veo persianas con las pestañas bajadas, ahogando una lágrima al borde de la cerradura, almas de miradas perdidas en la nada gris del asfalto y caminos con meta en un cartel, que no llevan a ninguna parte. Los bancos de los parques no tienen edad para jubilarse y se tintan de futuro incierto y vaqueros rotos. La alegría parece fingida y se ahorra en ilusión tras la cerveza de una barra desierta. Parece que nos perdimos en un espeso bosque húmedo y sombrío, lleno de zarzas y hasta de arenas movedizas, y lo peor es que no contamos con ropa de abrigo ni calzado adecuado. Nos hemos sumergido en un negro fondo marino aun sin saber nadar, y no nos queda otra que agitar brazos y piernas para salir a respirar. En la superficie está nuestro futuro flotando a la deriva, esperando que lo llevemos hasta la orilla de una nueva isla. Porque el sol existe, aunque no lo veamos tras la espesura del bosque ni en la oscuridad del fondo del mar, y el final no será otro que volver a encontrarlo, redondo y amarillo, regalando luz y calor, en el centro del centro de todos los cielos, rodando por la línea que une los azules. Y saldremos a flote. De nuevo.
Estoy segura.

jueves, 1 de septiembre de 2011

ÚLTIMOS DÍAS DE AGOSTO

“El verano es una estación triste en la que nada crece. […] La canción del verano es siempre la peor canción del año. El amor de verano es un subgénero del amor […] Hablan de lecturas de verano, noches de verano, viajes de verano, bebidas de verano y con ello queda implícito un sutil desprecio. Nuestro amor no está hecho para el verano. Nuestro amor no conoce vacaciones.”
                                                                       David Trueba    “Cuatro amigos”


Te marchaste tan de puntillas que aún me parece escuchar tus risas rodando calle abajo, queriéndose colar por las rendijas de mi ventana, camufladas tras la oscuridad de la madrugada.
Aquí todo está descolocado aún, quedan cortinas por lavar y sábanas revueltas con tu olor y tu sudor impregnándolo todo, y encima afuera llueve como si Septiembre quisiera borrar tus huellas sobre el asfalto caliente. Y a pesar de que mi paisaje perfecto lo dibuja la lluvia y el frío, siento en el centro de todos mis centros la punzada de la pena; gris y desierta como una plaza sembrada de confetis al día siguiente de una fiesta.
Hoy salgo a la calle a despedirte, busco tus huellas por entre las sombras de las aceras, pero Septiembre ha borrado tu rastro sobre el asfalto caliente, y tu nombre de los calendarios.

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